Nunca pensé que me dejaría hacerlo. Cuando sus zapatos golpearon el suelo, me quedé inmóvil. El aroma cálido del cuero se mezcló con el olor crudo de su día. Sus dedos se flexionaron frente a mí, con venas marcadas y la piel húmeda por el sudor. Se me hizo agua la boca mientras me inclinaba, besando primero su talón y luego recorriendo con mis labios temblorosos el arco de su pie. Cada beso sabía a sal, masculinidad, a algo primitivo que no podía resistir.

Él rió suavemente, echando la cabeza hacia atrás, disfrutando del espectáculo. Su dominio era claro—no necesitaba moverse, solo mirarme adorarlo. Mi lengua se deslizó entre sus dedos, saboreando cada gota de sudor, cada secreto escondido en ese calor. Su planta se presionó contra mis labios, con más fuerza esta vez, arrancándome un gemido.

La aspereza de su piel contra mi lengua, el peso de su pie en mi rostro… era embriagador. Lo besé, lo lamí, me rendí. En ese momento, sus pies no eran solo pies… eran el centro de mi universo. Mi devoción, mi lujuria, mi adicción.

No necesitaba hablar. Un empujón suave y ya estaba boca arriba, mirándolo desde abajo. Sus pies desnudos cayeron sobre mi pecho, presionándome, recordándome quién tenía el control. El calor de su piel se filtraba en la mía, sus dedos se curvaban ligeramente mientras los besaba uno por uno.

Pasé mi lengua por su planta, siguiendo las líneas que contaban la historia de su fuerza. El sabor era crudo, salado, embriagador. Su talón se hundió con más fuerza en mi pecho, y gemí, indefenso bajo su toque. Él se recostó hacia atrás, sonriendo, como si supiera exactamente hasta dónde llegaba mi adicción.

Adoré cada centímetro, cada dedo, cada aspereza de su planta. Mis labios temblaban, mi cuerpo ardía, pero no me detuve. En ese momento, nada más importaba: solo sus pies, su dominio y mi rendición ante él.

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